Comentario
MEMORIAL 24
Señor.
El Capitán Pedro Fernández de Quirós: ya he dicho a V.M. que de la parte del sur está oculta la cuarta parte del globo, y que el descubrimiento que en ella hice, lo es de veintitrés islas, cuyos nombres son: Las Cuatro Coronadas, San Miguel, la Conversión de San Pablo, la Decena, la Sagitaria, la Fugitiva, la del Peregrino, Nuestra Señora del Socorro, Monterrey, Tucopia, San Marcos, el Vergel, las Lágrimas de San Pedro, el Pilar de Zaragoza, San Raymundo y la isla de la Virgen María; y juntamente las tres partes de tierra llamadas del Espíritu Santo, an la cual tierra se halló la bahía de San Felipe y Santiago y Puerto de la Veracruz, a donde fuimos surtos con los tres navíos, treinta y seis días. Entendiose por todas tres una gran tierra y sus altas y dobladas serranías, y aquel río Jordán por su grandeza parece que asegura la de la tierra; como de todo más largo consta por una información que hice en México, con diez testigos de los que fueron conmigo, a la cual me remito. Mande V.M. que sea vista y que se haga una junta de matemáticos y pilotos y personas pláticas, pues al presente las hay muy insignes en esta corte, y la causa lo merece, y a V.M. le importa muchísimo.
Digo pues, Señor, que en una isla que se llama Taumaco, que al parecer dista de México mil y doscientas cincuenta leguas, estuvimos surtos diez días (151), y que el señor de aquella isla, y de otras islas, cuyo nombre es Tumay, hombre de razón, buen cuerpo, talle y color algo moreno, los ojos hermosos, la nariz afilada, la barba y cabellos crecidos y crespos, y a su modo grave, nos ayudó con su gente y embarcaciones a hacer aguada y leña, de que en aquella sazón estábamos muy necesitados. Este tal vino a verme a la nao y dentro le examiné en la manera siguiente: lo primero, le mostré su isla y la mar y nuestras naos, y gente, y apunté a todas partes del horizonte, y hice otras ciertas señas, y con ellas le pregunté si había visto navíos y hombres como los nuestros, y a esto dijo que no. Preguntele si sabía de otras tierras lejas o cerca, pobladas o despobladas, y luego que me entendió nombró a más de sesenta islas y a una grande tierra que se llama Manicolo.
Yo, Señor, las fui escribiendo a todas, teniendo presente la aguja de navegar, para saber hacia el rumbo que cada una demoraba, que viene a ser de aquella su isla a la parte del Sueste, Susueste, Oeste y Nordeste, y para que yo entendiese cuáles eran las pequeñas, hacía pequeños círculos, y mostraba el mar con el dedo, y con él daba a entender cercana la tierra; y por las que eran mayores hacía mayores círculos y las mismas demostraciones, y por aquella gran tierra abrió ambos los brazos sin volverlos a juntar, mostrando que proseguía; y para dar a entender que eran las lejanas, o estaban de allí más cerca, mostraba el sol de levante a poniente, recostaba la cabeza sobre una mano, cerraba los ojos y contaba por los dedos las noches que en el camino se dormía; y por semejanza decía cuáles gentes eran blancas, negras, indios y mulatos, y cuáles estaban mezclados, y cuáles eran sus amigos y enemigos, y que en algunas islas comían carne humana, y para esto hacía que mordía su brazo, mostrando claro querer mal a esta gente, y deste y de otros modos, al parecer se entendió cuanto dijo, y se lo repetí tantas veces que mostró cansarse dello. Mostró deseo de volver a su casa, dile cosas que llevase, y despidiose de mí dándome paz en el carrillo y otras muestras de amor.
El desembarcadero desta isla es una playa de tres leguas y lo más dello un guijarral negro y pesado, bonísimo para lastrar los navíos. Este puerto, demás de ser muy airoso, tiene otra excelencia para lo que es recreación: que desde que rompe el alba se oye una muy grande armonía de millares de diversos pájaros, algunos, al parecer, ruiseñores, mirlas, calandrias y gilgueros, y infinitas golondrinas, eriquitos, y sin estos, muchos otros géneros de aves, y asta chillar las chicharras y los grillos; y se gozaba las mañanas y tardes de los suaves olores despedidos de tantos géneros de flores, entrando el de azahar y albahaca; por todo esto se juzgó ser allí clemente el cielo y que guarda su orden naturaleza.
Cuando salí de la isla de Taumaco, hice coger cuatro muy gallardos indios: los dos echaron a nado y los dos quedaron en el navío, y el uno dellos se llamó Pedro, declaró en el puerto de Acapulco, y por el camino, y en la ciudad de México a donde murió, habiéndolo visto el Marqués de Montesclaros, lo siguiente sin nunca variar, aunque se le preguntó en diversos tiempos y por muchas personas y de muchos modos, y se le negaban y contradecían sus dichos.
Lo primero dijo Pedro ser natural de una isla que se llama Chicayana, mayor que la de Taumaco a donde le hallamos, y que de una a otra hay cuatro días de camino, y que Chicayana es tierra rasa, y entendimos de él que era muy abundante de frutas, y que la gente della es su buen (sic) color de Indio, cabello suelto y largo, y que se labran como él lo estaba, poco en el rostro, hombros y pechos, y que también hay hombres blancos que tienen los cabellos rubios y muy largos, y que él era tejedor y soldado flechero, y que en su lengua se llama Luca, su mujer Layna, y su hijo Ley.
Dijo más: que en aquella su isla hay muchas ostras como de las que vi sus conchas y traje algunas que aquí tengo de tres tamaños. El primero es el común de la Margarita, el segundo mayor al doble, y el tercero de palmo más y menos de diámetro, y que a todas estas ostras llaman Totofe, y que en ellas se hallan perlas, a las cuales llaman Futiquilquil. Y por esto le mostré las conchas y él las tomó en las manos, y en ellas fue mostrando las partes do se crían. Y preguntado cuántas eran y de qué tamaño, dijo que en unas se hallan más y en otras menos, y para dar a entender el grandor decía que las hay como arena y como sal, y como piedrecitas, y como cuentas de rosario, y como botones como tenía en un coleto, y otras mayores, y que se pescan en menos de medio estado de fondo de piedras, y que él mismo sin zambullirse las sacaba con la mano y las ponía en su canoa, y que sólo las quieren para comer su carne, a la cual llaman Canofe, y que las conchas les sirven para hacer anzuelos, cucharas y otras cosas, y que las perlas no les sirven de nada. Otras cosas dijo Pedro de lo que su isla cría, así como de perlas mucho mayores de las ya dichas, y de piedras, toques de plata y otras infinitas cosas que aquí en esta Corte tengo para quien lo quisiere ver.
Dijo más Pedro: que al diablo llaman Tetua y que habla con los indios de un palo sin ser visto, y que a el mismo y a todos ellos, de noche, y muchas veces, les palpaba los rostros y los pechos con cosa muy fría, y que queriendo saber lo que era no hallaban nada; y esto decía mostrando cierto recato y temor, dando bien a entender ser cosa mala y para ellos aborrecible. Y también dijo a otros, que no a mí, que antes que a su tierra fuéramos, ya el diablo les había dicho que los habíamos de ir a matar. Mostraba muchos deseos de volver a su tierra para decir al señor de Taumaco todo el bien que le habíamos hecho, y de los indios sus compañeros, que ellos mismos se echaron de las naos a nado, que nosotros no les hicimos ningún mal. Y también más, para decir a todos sus naturales que buena cosa es ser christiano, y que a él, después que lo era, el diablo no le habló ni le oyó, ni de noche le palpó, y para traer a su hijo y mujer y venirse a vivir con nosotros.
Era Pedro al parecer de edad de veinticinco años y en aquella ocasión que declaró sabía poco de la lengua castellana, y a esta causa costó mucho trabajo esta su declaración, porque se le ha negado y repetido muchas veces, y parece que si viviera diera más razón que ha dado. Más yo creo que es más para creer lo que está dicho y lo que dejó de decir, que no lo fuera si llegara a ser ladino, aunque yo y todos cuantos le trataron le tenemos por hombre de verdad y de vergüenza. Un día entró en la iglesia de San Francisco de México y por ver en ella muchos crucifijos dijo que ¿como allí había tantos dioses si le decían que no había sino un solo Dios? Fuele respondido ser todos retratos del verdadero Christo, y con esto y con lo demás que se le dijo pareció satisfacerse, y los frailes que le oyeron se alegraron por ser pregunta de hombres que sabía discurrir. Y finalmente, (en) Domingo de Ramos murió. Yo fío de la misericordia de Dios que pues por un tan extraño modo le trajo al bautismo y a morir confesado y oleado, y en tan señalado día y con muestras de buen christiano.
El otro indio se llamaba Pablo; era muchacho de hasta ocho años, de color claro y cabello frisado; tenía muy hermosos ojos, muy buen talle y mejor condición, y tanto que todos cuantos le trataron le querían mucho por ser tan dócil y agradable. Sabía como Pedro las cuatro oraciones y se persignaba con mucha alegría, y bautizado y buen christiano le llevó Dios el día de la Ascensión.
Daba razón del demonio que se llamaba Hadamia, y de como habla con los indios sin ser visto, y también le daba de perros mayores y menores, y de un animal como gato, y de un grande río hacia la parte de un pueblo. Que en aquella su tierra hay mucha gente guerrera, enemiga una de otra, y que no se come carne humana; y esto se debe creer por la mucha que tienen los puercos y gallinas y tantas otras comidas, pues el comerse
carne humana, entre otras gentes, parece proceder de la esterilidad de la tierra, o de la bestialidad de sus moradores. Y porque era niño y estaba enfermo no se pudo saber de él cuanto se quiso. Un pequeño vocabulario tengo, que es lo que pude juntar de las lenguas de Pedro y de Pablo, lo que sé decir que es muy pronunciable.
Estas y otras son, Señor, las grandezas y bondad de las tierras que descubrí, de las cuales tomé la posesión en nombre de V.M., debajo de vuestro estandarte real. Y así lo dicen los autos que aquí tengo. Allí, Señor, lo primero, se levantó una cruz, y se armó iglesia de nuestra Señora de Loreto, se dijeron treinta misas, se ganó el jubileo concedido el día de Corpus Christi. En suma, el Santísimo Sacramento, siendo su guión el estandarte de V.M., paseó y honró aquellas ocultas tierras, a donde enarbolé tres banderas de campo, y las de topes, mostré las tres columnas al lado de vuestras armas Reales, conque puedo decir con razón, en lo que es parte, que aquí se acabó Plus ultra, y es lo que es continente más adelante, y atrás. Y todo esto y lo demás ha sido como leal vasallo que soy de V.M., y para que V.M. pueda añadir luego, porque suene esta grandeza, el título de Austrialia del Espíritu Santo, para más gloria del mismo Señor que me llevó y me la mostró, y me trajo a la presencia de V.M., a donde estoy con la misma voluntad que siempre tuve a esta causa que crié, y por su alteza y tanto merecer la amo y la quiero infinito.
Si a Christobal Colón sus sospechas le hicieron porfiado, a mí me hace tan importuno lo que ví y lo que palpé y lo que ofrezco, por lo cual mande V.M. que de tantos medios cuantos hay, se dé uno para que pueda proseguir lo propuesto, advirtiendo que en todo me hallarán muy reducido a la razón y daré en todo satisfacción.
El Capitán Pedro Fernández de Quirós, de V.M. leal vasallo.